Inspirada en Rosa Montero
Antes de iniciar a leer... Imagina la tarde más congestionada de tráfico automovilístico.
El timbre al fin sonó. Pensé en libertad, pero luego recordé que el siguiente día sería miércoles, miércoles de natación y con un millón de tareas por entregar. Estaba cansada, pero era día de clase de chelo; luego de un día de desvelo y correr una milla, mis fuerzas eran nulas, así que no fue una clase efectiva. A las cuatro menos cuarto, el profesor me dijo que me daría quince minutos libre, pero yo sabía que ya estaba cansado de los chirridos que yo producía al rozar el arco en las cuerdas. Salí de la clase y me dirigí a mi locker. ¡Rayos! alguien cerró mi locker. Pase casi 20 minutos tratando de abrirlo, y los buses ya estaban arrancando, me di por vencida, hasta que recordé que mi celular estaba dentro del locker. No sabía que hacer, fue un momento de adrenalina, de repente alguien totalmente desconocido paso frente a mí y como estaba en momento de desesperación , recurrí a él; le pedí ayuda, le di mi clave, abrió mi locker y se lo agradecí profundamente (nunca lo he visto de nuevo, creo que fue un ángel de Dios). Tomé mi celular, corrí lo más rápido que pude y subí al bus.
Cuando subí al bus recibí buenas y malas noticias. La mala era que corrí, perdí mi dignidad innecesariamente y la hora de mi celular estaba adelantado, la buena era que aún faltaban cinco minutos para que los buses salieran de colegio. Respiré profundamente y tome asiento, recosté mi cabeza en la ventana y me quedé dormida. Un estruendo en la ventana me despertó, vi la hora y luego el camino, no lo conocía, ¡Ya estaba a unos metros de mi parada! Corrí y grité, hasta que el chofer detuvo el bus, bajé corriendo, con la respiración agitada y cuando baje del bus, mi papá no estaba allí. Al instante de verme sola en una aquella calle solitaria, lo llamé y lastimosamente dijo que no me podía ir a traer.
Caminé casi toda la calle Martí para llegar a la parada de transurbano, vi a la gente pasar e imaginé su vida, pasé por bares, talleres mecánicos e incluso al lado de un bus de presidio; fue toda una travesía. Llegué a la parada y vi una camioneta llena (las Pinares normalmente están llenas), luego de analizarlo, me subí rápidamente. Cuando subí, me quedé trabada en el molinete del transurbano debido a mi mochila de PE y tuve que pedir ayuda para pasar. Levanté mi mochila muy alto y pase entre la muchedumbre, llegué al fondo de la camioneta y me posicioné en un lugar aparentemente seguro y recosté mi cabeza sobre mi brazo, estaba muy cansada, cerré mis ojos y estaba en lugar completamente desconocido, de nuevo. Pregunté en donde estaba, y me dijeron que en el "Paraíso" , una colonia a algunos kilometros de Pinares, me bajé en la siguiente parada y me subí a un busito que decía "Pinares a Q5" . Era un bus muy "divertido", tenía la música al máximo, iba muy rápido, y el chofer y copiloto tenían una lata en la mano, con mi positivismo pensé en el mejor de los casos "Es una Raptor" me dije. A 50 metros de mi casa, un policía de EMETRA detuvo al busito, esperé 10 minutos, pero era demasiado tarde, me bajé del bus y caminé de nuevo. Finalmente llegué a la puerta de mi casa y justo cuando la estaba tocando, el busito en el que venía paso sobre un charco de agua y me empapó, no podía pasar nada peor. Mi abuelita abrió la puerta de mi casa, y me dio un abrazo diciendo "Estaba preocupada". Al menos sus brazos me hicieron olvidar por un momento la odisea de ese día.
Relato Original Como la vida misma-Rosa Montero
Las nueve menos cuarto de la mañana. Semáforo en rojo, un rojo inconfundible. Las nueve menos trece, hoy no llego. ¡Embotellamiento de tráfico! Doscientos mil coches junto al tuyo. Tienes la mandíbula tan tensa que entre los dientes aún está el sabor del café del desayuno. Miras al vecino. Está intolerablemente cerca. La chapa de su coche casi roza la tuya. Verde. Avanza, imbécil. ¿Que hácen? No arracan. No se mueven, los estúpidos. Están paseando, con la inmensa urgencia que tú tienes. Doscientos mil coches que salieron a pasear a la misma hora solamente para fastidiarte. ¡Rojjjjo! ¡Rojo de uuevo! No es posible. Las nueve menos diez. Hoy desde luego que no llego-o-o-o… El vecino te mira con odio. Probablemente piensa que tú tienes la culpa de no haber pasado el semáforo (cuando es obvio que los culpables son los idiotas de delante). Tienes una premonición de catastrophe y derrota. Hoy no llego. Por el espejo ves cómo se acerca un chico en una motocicleta, zigzagueando entre los coches. Su facilidad te causa indignación, su libertad te irrita. Mueves el coche unos centímetros hacia el de detrás. Das un salto, casi arrancas. De pronto ves que el semáforo sigue aún en rojo. ¿Que quieres, que salga con la luz roja, imbécil? De pronto, la luz se pone verde y los de atras pitan desesperadamente. Con todo ese ruido reaccionas, tomas el volante, al fin arrancas. Las nueve menos cinco. Unos metros más allá la calle es mucho más estrecha; sólo cabrá un coche. Miras al vecino con odio. Aceleras. Él también. Comprendes de pronto que llegar antes que el otro es el objeto principal de tu existencia. Avanzas unos centímetros. Entonces, el otro coche te pasa victorioso. Corre, corre, gritas, fingiendo gran desprecio. ¿Adónde vas, idiota? tanta prisa para adelantarme sólo un metro. Pero la derrota duele. A lo lejos ves una figura negra, una vieja que cruza la calle lentamente. Casi la atropellas. “Cuidado, abuela”, gritas por la ventanilla; estas viejas son un peligro, un peligro. Ya estás llegando a tu destino, y no hay posibilidades de aparcar. De pronto descubres un par de metros libres, un pedacito de ciudad sin coche; frenas, el corazón te late apresuradamente. Los conductores de detrás comienzan a tocar la bocina: no me muevo. Tratas de estacionar, pero los vehículos que te siguen no te lo permiten. Tú miras con angustia el espacio libre. De pronto, uno de los coches para y espera a que tú aparques. Tratas de retroceder, pero la calle es angosta y la cosa está difícil. El vecino da marcha atras para ayudarte, aunque casi no puede moverse porque los otros coches están demasiado cerca. Al fin aparcas. Sales del coche, cierras la puerta. Sientes una alegría infinita, una enorme gratitud hacia el anónimo vecino que se detuvo y te permitió aparcar. Caminas rapidamente para alcanzar al generoso conductor, y darle las gracias. Llegas a su coche; es un hombre de unos cincuenta años, de mirada melancólica. Muchas gracias, le dices en tono exaltado. El otro se sobresalta, y te mira sorprendido. Muchas gracias, nerviosamente. “Pero, ¿que quería usted? ¡No podía pasar por encima de los coches! No podia dar más marcha atrás.” Tú no comprendes. “Gracias, gracias” piensas. Al fin murmuras: “Le estoy dando las gracias de verdad, de verdad…” El hombre se pasa la mano por la cara, y dice: “Es que este trafico, estos nervios.” Sigues tu camino, sorprendido, pensando con filosófica tristeza, con genuino asombro. ¿Por qué es tan agresiva la gente? ¡No lo entiendo!
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